Un debate urgente sobre autonomía estratégica, disuasión y el equilibrio de poder en un orden global en transformación
El mundo atraviesa una transición geopolítica profunda. Las certezas que durante décadas garantizaron el equilibrio de poder y la estabilidad estratégica han comenzado a resquebrajarse. La disuasión nuclear, que parecía relegada a la Guerra Fría, vuelve al centro del debate de seguridad en Europa. Las actuaciones de potencias como Rusia, la redefinición del rol estadounidense en la OTAN y la percepción de vulnerabilidad entre los países del flanco oriental de Europa han devuelto a la agenda una cuestión hasta hace poco considerada tabú: ¿debe la Unión Europea convertirse en una potencia nuclear?
La erosión del escudo estadounidense
Desde la llegada de la nueva administración en Washington, el compromiso con la defensa colectiva ha sido relativizado. El presidente Trump ha declarado en repetidas ocasiones que Europa debe asumir más responsabilidades en su propia seguridad. La retirada progresiva del apoyo estratégico de Estados Unidos ha generado preocupación en capitales como Varsovia, Berlín o Vilna. La ruptura de confianza no es nueva, pero se ha acentuado. Analistas como Constanze Stelzenmüller (Brookings Institution) han advertido que:
“La garantía de seguridad norteamericana ya no puede considerarse automática”.
En paralelo, países tradicionalmente alineados con la no proliferación, como Corea del Sur o Japón, también han abierto discretos debates internos sobre la necesidad de desarrollar capacidades disuasorias propias.
La lección ucraniana
El caso de Ucrania es clave para entender este giro. Kiev renunció a su arsenal nuclear en 1994 mediante el Memorándum de Budapest, a cambio de garantías de integridad territorial por parte de Rusia, Estados Unidos y Reino Unido. Dos décadas después, no solo ha perdido parte de su territorio, sino que enfrenta una ocupación prolongada sin haber recibido protección efectiva. La consecuencia es clara: la disuasión nuclear funciona, y su ausencia puede tener un coste existencial. Así lo afirmó recientemente Bruno Tertrais, director adjunto de la Fondation pour la Recherche Stratégique:
“La renuncia ucraniana fue un error histórico que Europa no puede repetir”.
¿Una disuasión europea compartida?
Francia es actualmente la única potencia nuclear de la UE. Durante años ha sido reticente a compartir su doctrina, pero el contexto ha cambiado. El presidente Macron ha abierto la puerta a discutir un posible “paraguas nuclear europeo”, bajo ciertas condiciones de gobernanza compartida. Expertos como Ulrich Kühn (IFSH, Hamburgo) proponen un modelo similar al del nuclear sharing dentro de la OTAN, pero con liderazgo europeo. Otros, como Claudia Major (SWP, Berlín), recuerdan que cualquier movimiento en esta dirección requiere una arquitectura legal, técnica y política compleja, y que su éxito dependerá de la cohesión interna de la UE. Pero no todos los analistas ven con buenos ojos la opción nuclear. Tara Varma (European Council on Foreign Relations) alerta sobre el riesgo de debilitar aún más el régimen internacional de no proliferación.
“La creación de una fuerza nuclear europea podría desatar una nueva carrera armamentística en el continente y legitimar a actores que hoy se mantienen fuera del club nuclear”.
A pesar de ello, los movimientos globales apuntan a un escenario más fragmentado y peligroso. Irán continúa avanzando hacia el umbral nuclear, y Corea del Norte mantiene su programa activo. La disuasión, guste o no, está en plena reactivación. Es el momento de decidir para una Europa que está en una encrucijada. La combinación de amenazas convencionales, ciberhíbridas y nucleares exige respuestas adaptadas a una realidad distinta. La autonomía estratégica no puede limitarse a la defensa industrial o la diplomacia energética. Como afirmó el ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen,
“Sin capacidad de disuasión real, la soberanía europea es una ilusión”.
Claro que no se trata de abandonar la OTAN, sino de prepararse para un escenario en el que su fiabilidad ya no sea un axioma. La pregunta ya no es si la Unión Europea debe aspirar a una capacidad nuclear, sino si puede permitirse no tenerla. El debate debe dejar de ser ideológico y pasar a ser estratégico. Si Europa quiere mantener su peso en el sistema internacional, proteger sus valores y garantizar la seguridad de sus ciudadanos, debe al menos plantearse cómo asumir esa responsabilidad. Y hacerlo ahora, antes de que sea otro actor —o la realidad— quien decida por ella.
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