Los fuegos de 2025 han marcado un récord histórico en superficie quemada en la Unión Europea. El cambio climático, el abandono rural y la falta de prevención exigen un replanteamiento estratégico.
Este verano, el sur de Europa ha vuelto a arder, viviendo semanas en las que el fuego se convirtió en protagonista, forzando evacuaciones masivas, colapsando sistemas de emergencias y dejando tras de sí un paisaje desolado. Según datos del Joint Research Centre (JRC) de la Comisión Europea, hasta el 26 de agosto se habían quemado más de 1.028.000 hectáreas en la Unión Europea, la mayor cifra registrada desde que existen mediciones fiables. Para ponerlo en perspectiva: en la misma fecha de 2024 la cifra era de 222.132 hectáreas.
Los países más afectados este verano son:
1. España – cerca de 403.000 hectáreas calcinadas.
2. Portugal – alrededor de 275.000 hectáreas.
3. Rumanía – unas 126.000 hectáreas.
4. Francia – más de 35.600 hectáreas.
5. Otros países con graves episodios: Grecia, Turquía, Chipre y Albania.
En conjunto, España y Portugal representan más del 60% de toda la superficie quemada en la UE
¿Por qué cada verano es peor?
La Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa (OSCE) advierte que el cambio climático está intensificando las olas de calor, reduciendo la humedad del suelo y alargando la temporada de incendios. A ello se suma un fenómeno demográfico especialmente crítico: el abandono rural. Los campos despoblados acumulan vegetación seca que actúa como combustible perfecto.
La ecuación se completa con factores económicos y ambientales. En Galicia, por ejemplo, la expansión de plantaciones de eucalipto —una especie altamente inflamable— ha generado lo que algunos llaman “fiebre del eucalipto”: bosques diseñados para maximizar el beneficio económico, pero con un coste enorme en términos de vulnerabilidad al fuego.
Cómo han cambiado los incendios
Los incendios contemporáneos han evolucionado hacia fenómenos más extremos, complejos y difíciles de combatir. Estos incendios superan no solo la capacidad operativa tradicional, sino también la comprensión clásica del comportamiento del fuego. Esta nueva dinámica se caracteriza por:
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Mayor intensidad y velocidad: incendios que liberan energía de manera tan concentrada que las herramientas convencionales de extinción quedan obsoletas.
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Fenómenos atmosféricos generados por el fuego: como nubes pirocumulonimbus, que modifican las condiciones meteorológicas locales y dificultan las tareas de control.
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Patrones imprevisibles de propagación: debido a la interacción compleja entre clima extremo, disponibilidad de combustible y topografía, el comportamiento del fuego se vuelve caótico e inesperado.
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Feedback climático: la masiva liberación de CO₂ amplifica el cambio climático, lo que a su vez genera condiciones aún más favorables para incendios futuros.
Estas dinámicas reflejan cómo los incendios actuales desafían tanto los modelos de gestión del pasado como nuestra capacidad de previsión, exigiendo una estrategia de prevención a otro nivel.
Impactos que trascienden el fuego
Las consecuencias de estos incendios no terminan cuando se apagan las llamas:
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Clima: según el Copernicus Atmosphere Monitoring Service, los incendios de 2025 liberaron ya más de 38 millones de toneladas de CO₂, emisiones equivalentes a las de países enteros como Portugal.
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Salud pública: el humo de los incendios (PM2.5) es mucho más dañino de lo que se pensaba. Según un estudio reciente de ISGlobal, este tipo de humo representa un riesgo de mortalidad superior al de las partículas contaminantes que no provienen de incendios. Se calcula que provoca alrededor de 535 muertes al año por todas las causas, de las cuales 31 se deben a enfermedades respiratorias y 184 a problemas cardiovasculares.
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Turismo: regiones del Mediterráneo han sufrido evacuaciones masivas y cancelaciones.
Debate europeo: prevención frente a reacción
El verano de 2025 ha puesto sobre la mesa no solo la magnitud de los incendios, sino también las lagunas estructurales en la gestión de riesgos, generando un intenso debate a nivel europeo y nacional:
A nivel europeo:
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Coordinación y solidaridad: el Mecanismo de Protección Civil de la UE movilizó aviones y brigadas para apoyar a Portugal, Grecia y Albania. Aunque esta respuesta rápida salvó vidas y limitó daños, evidencia que Europa sigue dependiendo de la reacción frente a incendios, sin una política preventiva común que reduzca la recurrencia y la magnitud de estos desastres.
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Inversión en prevención: el Tribunal de Cuentas Europeo denuncia que el gasto en prevención ha caído un 50 % en la última década, pese a que cada euro invertido podría ahorrar hasta 10 en daños futuros.
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Políticas climáticas y energéticas: se debate cómo la transición energética y la planificación del uso del suelo influyen en la vulnerabilidad frente a incendios, especialmente en áreas forestales y periurbanas.
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Normativa europea sobre gestión forestal: se revisa la necesidad de estándares comunes que obliguen a los Estados miembros a implementar planes de manejo activo, reducción de combustibles y restauración de ecosistemas degradados.
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Intercambio de información y datos: la coordinación sobre alertas tempranas, satélites y modelos predictivos aún es fragmentaria, generando retrasos en la respuesta y dificultando la prevención eficaz.
A nivel nacional:
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Legislación y planificación territorial: varios países debaten reformas en las leyes de urbanismo para reducir la interfaz urbano-forestal y restringir nuevas construcciones en zonas de alto riesgo.
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Fondos nacionales para prevención: algunos gobiernos, como España y Portugal, evalúan incrementar presupuestos para limpieza de bosques, creación de cortafuegos y vigilancia con drones, tras años de recortes.
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Participación ciudadana y cultura de prevención: se discute cómo fomentar la implicación de comunidades locales mediante programas educativos, simulacros y planes de autoprotección, especialmente en zonas rurales.
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Capacitación y recursos de bomberos: se debate la necesidad de reforzar la formación especializada, la mejora de condiciones laborales y estabilidad, la coordinación entre cuerpos y la incorporación de nuevas tecnologías frente a incendios de gran escala.
En conjunto, el debate refleja que no existe una solución única: se requiere combinar políticas europeas coherentes con acciones nacionales adaptadas a la realidad local. Solo así será posible transformar la reacción ante emergencias en una estrategia sólida de prevención y resiliencia frente a incendios cada vez más extremos.
La prevención como estrategia clave
Los incendios de 2025 muestran que no basta con aumentar recursos de emergencia: la verdadera reducción del riesgo pasa por anticiparse al fuego antes de que se produzca. La prevención no solo salva vidas, sino que también protege ecosistemas, infraestructura y economía.
Algunas estrategias destacadas incluyen:
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Gestión activa del territorio: implementar planes de manejo forestal, reducir monocultivos inflamables, restaurar bosques mixtos y crear paisajes en mosaico. Estas medidas disminuyen la velocidad de propagación de los incendios y ayudan a que sean más controlables.
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Capacitación y participación de la comunidad: formar a la población local, desarrollar planes de autoprotección y fomentar el voluntariado en vigilancia permite una respuesta temprana y reduce la exposición de personas y bienes.
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Uso de tecnología avanzada: sistemas de detección temprana mediante satélites, drones y sensores remotos, junto con modelos predictivos de comportamiento del fuego, facilitan anticipar emergencias y optimizar la movilización de recursos.
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Planificación y financiación a largo plazo: asegurar recursos estables y sostenibles para prevención es más eficiente que afrontar daños posteriores.
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Integración ambiental y climática: la prevención debe considerar la restauración de ecosistemas, la reducción de emisiones de carbono y la adaptación al cambio climático, creando paisajes más resilientes frente a fuegos extremos.
[/et_pb_text]La prevención se consolida como estrategia integral: combina gestión territorial, educación, tecnología y planificación, y permite transformar la vulnerabilidad frente al fuego en resiliencia efectiva, reduciendo la gravedad de los incendios antes de que lleguen a ser desastres.
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